Hoy
es mayo 7 de 2018, hace 2 días terminé de tomar mi última dosis del
medicamento formulado por mi psiquiatra desde hace 5 años.
La
depresión es una enfermedad menospreciada por el común de las personas.
Para la mayoría es solo tristeza, las personas me decían: “Si usted se
lo propone, puede superar esto o aquello”, “Esta triste?”, “Supérelo,
hay gente en viviendo cosas peores”. Pero la depresión no es un estado
de ánimo, tampoco es una elección, no se trata de levantarse en la
mañana y decir: “Hoy quiero estar deprimido”.
No. La depresión es una enfermedad mental que va más allá de la fuerza de voluntad o de la situación que se vive en el momento.
Por
diferentes circunstancias terminé medicada y en tratamiento
psiquiátrico. Se que hay diagnósticos que requieren tratamientos más
profundos o específicos, o en otros casos, tan solo se necesita terapia
psicológica, y cada proceso es particular.
Desde
que tengo memoria he sido insegura, no me siento una mujer bonita, no
creo tener nada especial, y a pesar de haber cometido errores durante
toda mi vida, estoy segura de que soy una buena persona. Tuve baja
autoestima, una relación conflictiva con mis padres, no tuve amigos, fuí
solitaria y tímida.
Desde
los 15 años hice parte de una comunidad religiosa, que, aunque me ayudó
a conocer a Dios, también llenó mi mente de religiosidad e ideas que
afirmaron en mi corazón la idea de que “no era líder de nadie”, “nunca
nadie se va a fijar en mi si no hacía esto o aquello” y “vales por lo
que puedes demostrar tener, por tu fruto, no es solo el corazón”.Para
ese momento, tenía 20 años y recuerdo llevar esos últimos dos años
llorando todos los días, por alguna razón, lloraba con dolor, con
sufrimiento y sin esperanza. Mi solución fue retirarme de ese lugar a
mis 23 años y enfrentarme al rechazo de familiares y amigos que
continuaban asistiendo a ese lugar. Quedé sola.
Una
vez salí de esta comunidad, me fuí al otro extremo. A causa de mi
inseguridad, baja autoestima y una necesidad profunda de amor, me
entregué a cuanto hombre se cruzó en mi camino, de todos me enamoré,
todos fueron los futuros padres de mis hijos y de todos recibí malos
tratos. No fuí la mejor mujer, pues era inmadura, “depresiva”, celosa,
agresiva, insegura, en fin, todos los síntomas de un mal carácter.
Estuve
sola, sin apoyo de mi familia durante casi 3 años. Salía de mi trabajo y
caminaba horas antes de tomar el bus a mi casa, sabía que nadie me
esperaba. Caminaba sin precaución, en el fondo esperaba que algún carro
me atropellara, porque quería morirme, pero no tenía el valor de hacerlo
por mis propios medios. Pasé navidades encerrada, sola, llorando.
Pensaba que, si me moría en ese momento, nadie me lloraría, a nadie le
haría falta, sentía que yo había sido un error y sin mí, este planeta no
iba a dejar de girar, yo no era indispensable.
Trabajaba
en un lugar donde las humillaciones y abusos de autoridad por parte de
mis jefes eran el pan de cada día. No podía aspirar a un aumento de
sueldo por que según ellos “yo no pensaba, solo digitaba”, no tenía un
título universitario y pues “así estas bien Jenny, para que quieres más
dinero?”.
Para
ese momento, yo vivía en una habitación en Suba, dormía en una
colchoneta prestada por unas primas, solo tenía 5 bolsas negras llenas
con ropa. Nunca usé mi situación económica como argumento para pedir un
aumento, por el contrario, trabajaba desde las 7am hasta las 10pm, hacia
horas extras todos los días, trabajaba sábados, domingos y festivos,
para demostrarles a ellos lealtad, confianza y capacidad. El no ser
valorada por mis capacidades y compromiso, afirmaba más esa idea en mi:
“Tú no vales nada y nadie da un peso por ti”. Con el tiempo, el ambiente
laboral se volvió estresante, ya no había respeto de parte de nadie,
pero al no haber más solución, ellos seguían conmigo y yo con ellos.
Empecé
a estudiar mi pregrado a los 25 años, cuando logré reunir el dinero
para hacerlo. En ese momento me involucré con una persona que al parecer
también me quería. Se convirtió en una relación enfermiza, de
dependencia, donde todo era discusiones y peleas y al mismo tiempo,
apoyo y lealtad incondicional. Hasta que después de 2 años, por medio de
una red social me enteré de que mi pareja tenía una relación abierta
con otra mujer desde hacía unos meses atrás.
Ese
7 de noviembre de 2010, al ver las fotos, comentarios y evidencias de
esa relación, mi mundo se derrumbó. Estaba sola, me sentía traicionada,
poca cosa, sin rumbo y lo único que pensé fue “me quiero morir”, los
pensamientos de suicidio fueron y vinieron durante muchas etapas de mi
vida., pero ese día fue el clímax de la crisis en mi salud.
Tomé
todas las pastillas que encontré en un cajón, una cajita de aguardiente
y me tomé todo en 10 minutos, porque en ese momento no se me ocurrió
que más hacer. No tenía a quien llamar ni en quien refugiarme. El
personaje en cuestión llego 30 minutos después, me encontró ebria,
desorientada, llorando y tirada en el piso. Llamó una ambulancia e
inmediatamente me llevaron a la UCI del Hospital Universitario San
Ignacio.
Me
tuvieron que introducir una sonda por la nariz para llenar mi estomago
con carbón para limpiar mi organismo, es la sensación más dolorosa de mi
vida, de las cosas más terribles que he sentido. Al siguiente día me
dieron salida y ese día empezó a cambiar todo en mí.La
depresión estaba en su punto más alto en mí, no quería nada, no sabía
que hacer, sin esperanza, sintiéndome una perdedora, fea, rechazada y
reemplazada. Me desahogaba en redes sociales, mis mensajes estaban
cargados de lastima y dolor, nadie les prestaba atención, excepto una
persona que, en diciembre 7, día de las velitas me contacta, me llama y
me dice que no está en Bogotá, pero que no pierda la esperanza, que si
sigo viva es porque Dios aún tiene algún propósito conmigo y me pide
autorización para ser contactada por una consejera que reside en la
ciudad y me puede ayudar inmediatamente.
En
ese momento conocí a Natalia. Mujer increíble, con una historia aun mas
increíble, quien ha pasado por las duras y las maduras. Y ella empieza
conmigo un proceso de consejerías diario, llamándome continuamente, sin
cobrar un peso, sin pedir nada a cambio. Ella me ayudó junto con un
grupo de psicólogos que hacen parte de su iglesia cristiana.
La
depresión es una enfermedad de altos y bajos, en medio de mi
tratamiento he tenido momentos duros, cargados de ira, de agresividad,
frustración al no ver en mi ningún avance, caminaba 2 pasos y retrocedía
3., pero poco a poco, junto con la psicoterapia, he podido salir
adelante con la ayuda de Dios.
Si
en todo mi proceso, no hubiera arreglado cuentas con Dios y hubiera
aceptado Su ayuda. Seguramente no hubiera podido superar esta
enfermedad.
Durante
5 años estuve medicada. Durante 5 años he tenido que explicarles a
familiares y conocidos por que tomaba medicamento. Durante 5 años lloré
mis fracasos y me alegré al ver los avances. Durante 5 años me han dicho
loca, por asistir al psiquiatra. Durante 5 años esperé este momento y
acá estoy hoy, llorando de alegría al saber que SI PUDE!
Lo
logré gracias a Dios, quien nunca ha dejado de creer en mí. Fue Él
quien me daba aliento de vida, mientras yo solo quería morir, porque Él
veía más allá de mi realidad. Él sabía que algún día me casaría, que
tendría una hija, que tendría un trabajo donde valorarían mis
capacidades y que algún día, mi testimonio serviría para brindar
esperanza y ayuda a aquellas personas que están pasando por situaciones
similares.
En Dios hay esperanza. Ánimo. Si hay vida, hay esperanza!
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